Cuando eres un niño el día de tu cumpleaños es el día más feliz que puedes tener; te consienten, todos te abrazan y felicitan, te dan regalos, puedes comer dulces, picaderas, bizcocho y beber más de una botella de refresco, te hacen una fiesta y reúnen a tus mejores amigos, puedes dar o recibir golpes en una a la garata con puño y tus padres no te llaman la atención. Todo es divertido y todo para tí, a excepción de cuando tienes que compartir tu día especial con alguien más. Créeme, eso es lo peor que te puede pasar el día de tu cumpleaños.
Ángela era la única hija hembra de mi madre. Nació un día primero de abril y como curiosidad de la vida fue el día que yo también nací, pero seis años más tarde que ella. Cuando algún idiota me pregunta si somos mellizos o algo así, yo le respondo que soy un gemelo que llegó con seis años de tardanza. Lo lindo del caso es que se quedan pensándolo como si algo así pudiera ser posible. El día que Ángela cumplió los quince años, yo cumplí nueve y mi mamá organizó una fiesta. La celebración era sencilla pero la doña le compró a mi hermana un vestido muy bonito y elegante, Ángela parecía una princesa. Mi papá había llegado con un bizcocho y dos huáchales de refrescos de diferentes sabores; Mirínda, Country Club, Coca Cola y Orange Crush. También trajo a un amigo que era fotógrafo, quien me había traído la chaqueta del traje de su hijo para que yo saliera elegante en las fotografías que nos iba a tomar con Ángela.
—Mira Antonio —me dijo don Virgilio —no lo gastes todo en disparate. Y yo contento, tomé de su mano el papel moneda que me estaba ofreciendo.
Eran dos pesos oro. Como me gustaba ver la cara de Duarte enmarcada en ese peinado de parigüallo y decorado con tan abundante bigote.
En esos años un peso era de papel y un niño podía comprar un montón de cosas con esa lujosa suma de dinero. No es como ahora que no dan ni para una menta de guardia. Sentía una sensación agradablemente eufórica, recuerdo presumir estúpidamente a mis amigos mi pequeña fortuna. Me sentía satisfecho, hasta que supe que a Ángela le habían dado diez pesos. Sí, diez pesos!!! Me molesté bastante. ¿Por qué a ella le habían dado mucho más dinero que a mí si cumplíamos años por igual? Me sentí celoso y me dieron ganas de romper los dos pesos del pike, pero luego calculé que me quedaría sin nada y eso era peor. No tenía orgullo para eso. Me preguntaba a mí mismo que ¿Porqué si Duarte era el fundador y padre máximo de la patria, la cara de Mella aparecía en una papeleta de más valor que la de él? Inclusive, la de Sánchez tenía mas valor que la de Juan Pablito, y eso que Sánchez era negro. Odié a Duarte.
—¿Tú vez como es la vaina? —Pregunté a Ricardo quien metía la mano en la bandeja de la picadera cuando nadie lo miraba, a mí no me importaba, el era mi amigo —a Ángela le dan diez pesos y a mí sólo dos. Dime tú la verdad ¿Si cumplimos años los dos, no tienen que darnos la cantidad de dinero igual?
—Bueno… —titubeó mi amigo y tragó en seco el puño de galletas Guarina con jamón que se metió en la boca —eso depende. ¿A quién quieren más de los dos?
—¿Qué tú quiere decir con eso? —quise saber mirándole masticar como burro.
—Eso es fácil. Si a tí te quieren más te dan más dinero y si a ella es a quien quieren más entonces le dan más dinero a ella. Entonces, ya que a ella le dieron diez pesos y a tí sólo dos, eso quiere decir que a Ángela la quieren más y por eso no les toca por igual —dijo con aires de psicólogo mi querido amigo Ricardo, a quien en ese momento no le tuve buena fe por la cuerda que me causó su raciocinio, y me dieron ganas de hacerle tragar las galletitas Guarina por la nariz.
Dejé a Ricardo y salí al patio donde mi mamá estaba repartiendo unas picaderas. Tomé un puño de queso y jamón de mala gana para dar a entender que estaba enojado, pero no llamé la atención de la doña. Todos estaban pendientes a Ángela y su maldito vestido nuevo.
El patio donde yo vivía estaba lleno de carajitos bailando las canciones de Aramis Camilo, El Zafiro (el pobre Zafiro está en Puerto Rico cantando en las calles como un pordiosero para comprar perico, el muy tecato. Tan buen cantante y mira como terminó de drogadicto) Boni Cepeda, Wilfrido, Rasputín y todos esos merengueros derrotados de los ochenta que ahora se reúnen cada diciembre a picar los chelitos en Platinium y el Jet Set. Nadie se quedaba sentado, porque el que no bailaba no comía biscocho y no hay vaina que le guste mas a un carajito en un cumpleaños que un fuñío biscocho. Yo no quería bailar. ¿Para qué? Si a Ángela la querían más que a mí, pues que baile ella.
Pasé mucho rato a un lado, mal humorado y tristón en el fondo del patio, mirando la gente gozando mi cumpleaños, (el mío y el de Ángela) tratando de llamar la atención. Mi mamá no me hacía caso por estar atenta a «ya saben quien» y su vestido bonito. Nadie me ponía atención hasta que mi papá trajo al fotógrafo al patio para que nos tomara las fotos. Ángela estaba con la falda de princesa cubriendo el suelo, sentada en una silla blanca de hierro que mi mamá le pidió prestada a una vecina, y mi hermano Arcángel estaba de pie, atrás de Ángela bien enchaquetado. Me puse la chaqueta del traje que me trajeron prestada, por lo menos iba a salir elegante en las fotos y eso me subió el ánimo. La chaqueta era negra, bonita pero no me quedaba bien por más que me la arreglaba, era un par de números más pequeña que mi talla y las mangas me quedaban muy cortas, me llegaban casi hasta el antebrazo. Me veía muy ridículo y no quise tomarme las fotos con esa chaqueta. Me la fui a quitar de mala gana y mi mamá me dio un boche. Mis hermanos se rieron de mí. Mi papá se acercó al ver lo reacio que estaba de tomarme las fotos con esa chaqueta que me quedaba como pantalón brinca charcos, pude ver su boca risueña y oler el alcohol en ella mientras yo soltaba una lagrima. Ya no aguantaba.
—Antonio, eso no hace nada —me dijo.
—Papi, eso sí hace. Me queda mal ¿tu no vez como me quedan las mangas? Tan muy cortas. Yo no voy a salir así en la foto.
—Mira muchacho, tú te ves bien y deja de llorar.
—Y bien que se ve llorando, parece un mono —interrumpió Ángela y el don le hizo una seña con la mano abierta para que no opinara.
—Mira lo que vamos a hacer; esconde los brazos atrás para que no salgan en las fotos, y párate derecho como un general y veras como aparte de salir bien, también sales elegante como un hombrecito.
Así me allantó el hombre.
Mi papá se quitó de enfrente mío para que el su amigo pudiera tomar la fotografía, yo hice lo que él me dijo y así salir bien en las fotos. La gente se reía por mis mangas y yo me sentía muy incomodo, las escondía mas. El fotógrafo levantó la cámara, ajustó la lente y antes de oprimir el botón dio instrucciones.
—Arcángel, entra un poquito más y tu Ángela levanta un chín la cabeza. Pero sonríe un chín manga mocha.
Todo el mundo se explotó de la risa y yo me quité la chaqueta, la estrellé en el suelo a ver si mis padres dejaban de reírse de mí, pero eso no sucedió. Yo, el cumpleañero, no era mas que el hazme reír de todos mis amiguitos. Me sentía muy enojado y me fui del patio. ¡Que se coman su maldito cumpleaños! Ricardo se interpuso en mi camino muerto de risa.
— ¿Para donde vas manga mocha?
Yo me enojé más al ver su cara burlona, le di un trompón en la boca del estomago que le saqué el aire. No se burló más de mí. Mi papá me agarró por un brazo y prácticamente me arrastró hasta el callejón.
—Pero ven acá muchacho de la mierda ¿Qué es lo que te pasa a ti que hace rato te veo con los moco pa´bajo?
—Que todo el mundo se está riendo de mí por que la chaqueta me queda con la manga corta. ¿Por qué no me compraron una nueva? A Ángela le compraron un vestido nuevo por el cumpleaños ¿Dónde está mi chaqueta nueva si yo también cumplo año? A mí me das dos pesos y a Ángela le das diez, yo vi que tú le diste diez.
Don Virgilio me miró, como sopesando la situación, entonces llegó la doña y se detuvo delante como si yo me fuera a escapar.
—¿Qué es lo que le pasa al ciguito éste?
—Que cree que le compramos el vestido a Ángela y a él ninguna ropa —dijo el don.
—Oye eso —dijo mi madre —ese vestido es de la hija de Mariana que me lo prestó. ¿Quién te ha dicho a ti que yo compré vestido?
—Ángela —le respondí a la doña.
—Eso te lo dijo relajando muchacho, yo no he comprado nada. ¿Con qué dinero lo voy a comprar?
—Y oye lo otro Ramona, el cree que los diez pesos que yo le di a Ángela son para ella y que a el sólo le regalé dos pesos. Está celoso el loquito tuyo.
—No mi niño, esos diez pesos es para los dos. Lo que pasa es que están entero y hay que cambiarlo, pero ella te va a dar tus cinco pesos.
¿El dinero era para los dos? ¿El vestido nuevo de Ángela era prestado? Mire a mis padres y comprendí que yo estaba equivocado, lo había mal interpretado todo. Mi papá no me quería menos que a mi hermana, me quería más porque a ella le dio cinco pesos y a mí siete sumando los cinco con los dos que me había dado aparte. Me sentí contento y me fui a jugar con mis amigos y a comer biscocho. Nos divertimos mucho y nos tomamos fotos. Eso sí, yo con las los brazos atrás para que no se vea como me quedaban cortas las mangas de la chaqueta.
Compartir el día de tu cumpleaños con tu hermana mayor es lo peor que te puede pasar si mal interpretas las cosas, si eres celoso, egoísta y envidioso. Pasaron los años y cada noche de mis cumpleaños la paso festejando con mis amigos en algún bar de la ciudad, en algún coro o simplemente no hago nada y me acuesto temprano sin que me importe salir a beber o no. Lo que nuca dejo de hacer es pasar la tarde con mis hermanos, disfrutando y compartiendo un biscocho por ese día tan especial, donde mi hermana y yo festejamos la dicha de poder compartir con alguien ese día tan importante.